Las seis emociones básicas según Alexander Lowen: El miedo
El Miedo: Un Refugio en la Oscuridad del Alma
En esta imagen, el miedo no se grita ni se huye. Se abraza en la penumbra de unas manos que cubren los ojos, como si al cerrar la mirada se pudiera calmar el rugido de lo desconocido. Es un instante suspendido, donde el cuerpo nos habla en su lenguaje sutil: los brazos tensos, la postura contenida, el rostro que busca refugio en sí mismo. Este es el miedo, el guardián que nos alerta, el compañero que a veces pesa, pero que también nos protege.
Para Alexander Lowen, el miedo no es un enemigo a vencer, sino una emoción primaria que nos conecta con nuestra vulnerabilidad más profunda. Es un eco de nuestra humanidad, una señal de que algo importante está en juego. En esta imagen, el miedo no se esconde ni se niega; se vive, se siente, se explora con valentía.
El miedo, como esta imagen, nos invita a pausar. A mirar hacia adentro, aunque al principio sea con los ojos cerrados, hasta que podamos sostener la mirada de aquello que nos aterra. Es un recordatorio de que no siempre es necesario luchar o escapar; a veces, basta con quedarnos quietos, escuchar, y permitir que el miedo nos cuente lo que tiene que decir.
Esta fotografía nos habla de un acto de fortaleza: el de enfrentarnos a nosotros mismos. Porque el miedo, aunque incómodo, nos lleva a las puertas de nuestra propia transformación. Nos obliga a preguntarnos: ¿qué es lo que realmente tememos? ¿El fracaso, el rechazo, la incertidumbre? Y más allá de esas respuestas, ¿qué podría suceder si nos permitimos sentir el miedo, sin ser definidos por él?
El cuerpo, en el miedo, se contrae para protegernos, pero también guarda el potencial de expandirse una vez que hemos aprendido a confiar en nosotros mismos. Como Lowen enseñaba, el miedo atrapado en el cuerpo se convierte en rigidez, pero el miedo expresado, liberado, nos devuelve a la vida con más fuerza.
Hoy, esta imagen te invita a un viaje hacia adentro. No para vencer el miedo, sino para escucharlo, comprenderlo y abrazarlo. Cierra los ojos como lo hace ella, siente el peso de tus manos sobre tu rostro y respira profundamente. Ahí, en ese espacio oscuro pero seguro, encontrarás las semillas de tu valentía.
Porque el miedo no es el final del camino; es el umbral de algo más grande. Es la prueba de que estás vivo, de que hay algo en ti que merece ser cuidado, algo que espera ser descubierto. Atrévete a atravesarlo, paso a paso, respiración a respiración. Al otro lado del miedo, siempre hay una nueva versión de ti esperando a nacer.